Esta es una historia de un chico que conoce a una chica. Pero más vale que sepas de entrada que no es una historia de amor.
- ¿Qué somos?
- No lo sé. ¿Qué más da? Soy muy feliz, ¿tú no eres feliz?
- ¿Y qué pasa si te enamoras?
- ¿Crees en eso?
- No pienso irme hasta que me digas qué pasa.- No es que pase algo. Somos...
- ¿Qué? ¿Qué somos?
- Sólo amigos.
- No. No me digas eso a mí. No te atrevas ni a... Así no es como se trata a un amigo. ¿Besándome en la fotocopiadora? ¿Caminando de la mano? ¿Teniendo sexo en la ducha? Vamos, amigos mis cojones.
-Oye, ¿estás bien?
-Lo estaré algún día.
Ahora sólo te acuerdas de lo bueno. Cuando pienses en el pasado, recuérdalo tal cual era.
Mientras escuchaba Tom se dio cuenta de que estas no eran historias que ella contaba a cualquiera. Había que ganarse el derecho a escucharlas.Podía sentir como se derrivaba el muro. Se preguntaba si alguien más habría llegado tan lejos, y por eso las siguientes ocho palabras lo cambiaron todo:
-Nunca le habia contado esto a nadie antes.

Por un lado quiero olvidarla, pero por otro sé que es la única persona en todo el universo que podría hacerme feliz.
Desde la ruptura del matrimonio de sus padres sólo amaba dos cosas:
La primera, era su largo pelo negro.
La segunda, lo fácil que era cortarlo y no sentir nada.
No sé, amo a Summer. Me encanta su sonrisa, su pelo, sus rodillas. Me encanta el lunar con forma de corazón que tiene en la piel. La forma en la que a veces se moja los labios antes de hablar. Y el sonido de su risa. Me encanta mirarla cuando está dormida. Me encanta escuchar esa canción cada vez que pienso en ella y cómo consigue que me sienta. Hace que todo sea posible, no sé, como si mereciese la pena vivir.
Odio a Summer. Odio sus dientes torcidos, odio su corte de pelo de los 60, odio sus rodillas huesudas, odio su mancha con forma de cucaracha en la piel. La forma en la que se chupa los labios antes de hablar. Y odio el sonido de su risa. ¡Y odio esa canción!
Si Tom había aprendido algo, era que no se podía atribuir una importancia cósmica a un simple acontecimiento terrenal. ¿Casualidad? A eso se reduce todo, nada más que casualidad. Tom por fin había aprendido que no existían los milagros, que no existía el destino, que nada estaba predestinado. Lo sabía. Ahora estaba seguro de ello.